por
Oscar Ayala
Kim Ki-Duk es uno de los
directores asiáticos más innovadores, tremendamente prolífico y minimalistas
por excelencia que ha dado el cine por aquellas partes del mundo. En su obra el
mayor protagonista suele ser el silencio, del que hace un gran uso narrativo.
Los personajes actúan y él sólo vislumbra sus acciones tras la cámara. Su
estilo es puramente visual, colorista, de un lirismo exacerbado y potente.
La obra que le representaría el
salto a la fama con respecto a la crítica internacional fue justamente “La isla
“(섬, Seom, 2000). La historia de la película se centra en un ex policía
con tendencias suicidas atormentado por un pasado oscuro que inicia una
destructiva relación con una marginada que subsiste vendiendo a los pescadores
cebos de día y su cuerpo de noche. Sus destrozadas vidas hallan consuelo y
cierto alivio cuando se conocen pero a su vez los lleva a sentir rechazo y
dependencia hacia el otro.
“La isla” tomó notoriedad entre
otras cosas por la crudeza de algunas de sus escenas, que llevaron al desmayo
de un crítico en su premiere en el Festival Internacional de Cine de Venecia.
La figura recurrente en la filmografía del director de una prostituta consiguió
la ira del público coreano provocando reacciones de desagrado. A pesar de ello el
film estableció firmemente a su autor como una presencia significativa y se proyectó en muchísimos festivales en todo
el mundo.
El cine que propone Kim Ki-Duk está
lleno de simbología y de constantes metáfora. Situación que da lugar a que un buen
plano o secuencia tiene un enorme valor dejando de lado minutos de acción o
conversación. En “La Isla” podemos encontrar más de una decena de planos qu
e
pueden considerarse maestros, a pesar de que el número de elementos físicos es
muy escaso debido a la elección de un único escenario (lugar de pesca). Escenario
y set de filmación exclusivamente posible en Asia y sólo explotable por un buen
dominador como lo es el surcoreano.
Con unas escenas realmente
terribles, “La isla” se convierte en una película perturbadora y a la vez
atractiva, gracias a la cual se puede concebir tanto alegría como tristeza, o
repugnancia e incluso rabia. La violenta poesía que destilan las imágenes de
este inusual film lo convierten en una joya para aquellos amantes del cine. Con
un ritmo pausado plasma un claustrofóbico universo acuático donde el amor puede
nacer de una forma peculiar. La belleza del paisaje, casas de colores sobre
aguas calmas, difiere con la desesperación de sus protagonistas. Toda la
película está transitada por una tensión erótica de instinto animal sumado a un
surrealismo perverso.
Estas parecen ser las características
de la identidad de un director melancólico, sombrío y nihilista que mezcla la comedia romántica con el terror,
el miedo a ese peligroso animal que es o podría llegar a tornarse el ser
humano. Sus historias suelen ser
apasionadas historias de amor y desamor o cuentos morales y filosóficos muchas
veces ambientados en una sociedad incomprensiva o indigna que a menudo terminan
en bestiales momentos de violencia, crueldad y sadismo.
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