por Exequiel Arrúa
Quizás el desorden, tal vez la falta de
ubicación mental, fue lo que a Cándido le genero el rechazo a su hogar de
momentos, a sus habitaciones y a su lugar, el cual no supo integrar a su ser.
No supo nadie hablar algo concreto sobre la composición de aquel bunker
solitario, el cual no fue ubicado en ningún tiempo, y el espacio dejo las
puertas abiertas para que cada individuo lo ubique donde le quede mas cómodo a
la imaginación.
Una tarde en simultáneo a una guerra nuclear Candido decidió tirar por la
ventana el cenicero de mármol antiguo porque ya no toleraba escuchar más la voz
de aquel objeto. El recipiente acecino de purillos cada noche de domingo le
susurraba muy tiernamente los secretos de cada cigarrillo apagado, le recordaba
los miedos de inhalación de humo y las tantas risas fingidas de esas penumbras
que a Candido tanto le pesaban.
Los días transitaban la orbita del espacio común, y fueron las fotos las
inquietas de palabras las que conversaban entre si cada tarde. Sobre la mesa
ratona del rincón de la sala, el abuelo Gervasio le narraba a la tía Celina las
controversias de los tiempos perdidos, y cada vez que el sol caía cantaban
juntos las canciones más bonitas que supieron compartir; y si bien los retratos
nunca se movieron candido necesito romper las imágenes que tanto apreciaba para
poder callar sus voces. Fueron solo segundos de silencio, ya que a los pocos
minutos cada foto de la inmensa casa comenzó a cantar los recuerdos mas
recordados hasta que el lugar se convirtió en un teatro repleto de gente
inexistente, y en medio de una confusión confundida Candido quemo cada una de
las fotos que el tanto quería.
Jornadas de paz interior su adueñaron de Candido a tal punto que en los días de
lluvia se creía un rey.
Al tiempo, sumergido en proyectos laborales y expectativas que habían logrado
paralizar su esencia de pereza; candido pasó largas horas frente al televisor
pero ni así pudo ignorar los movimientos de la mesa de roble que estaba en la
cocina.
Las sillas no se movían pero el veía movimientos. Galo y Genaro, sus amigos de
siempre los cuales no veía hacia ya doce años, se sentaban junto a él a mirar
el informativo del medio día y le cebaban mate, mates que el se negaba a tomar.
Su padre, David, desde la punta de la gran mesa contaba historias, aquellas
historias que le narraba de pequeño en las tardes de abril con el fin de
convencerlo para que al día siguiente Candido quisiera ir a la escuela. Después
de intentar no verlos infinidades de veces, la mesa paso a formar parte de un
comedor comunitario.
El desequilibrio ya implantaba la duda en cada rincón de la casa, pese a eso
Candido presentía que solo allí estaba la realidad, o al menos su
realidad.
Una mañana cualquiera, de esas que sufren ausencia de momentos recordables,
comenzó a ver a Adaluz frente al espejo de la habitación sonriendo como solo se
ríe en momentos pleno de felicidad. Ella había sido la luz de los jardines del
amor, ella supo motivar las ganas de un querer, querer que hace ya tiempo se
había marchado, dejando a Candido ausente de momentos felices.
Adaluz se mostraba antes los ojos de Candido posando con las prendas que solía
ponerse cuando caminaban por la plaza los sábados por la tarde, y con su
sonrisa encantadora lo miraba fijo a los ojos contándole cuando lo quería y que
sin el, el sentido perdía sentido. Paralizado en ese sentimiento, el cual siempre
vivió en el, destrozó con sus propias manos el espejo. Pero esta vez la ruptura
del objeto no fue la solución, ella continuo en su imaginación.
Para evitar los posibles confronto con los objetos del lugar, dejo su casa
prácticamente vacía, solo se permio quedarse con la cama y la radio, la cual
escuchaba casi todo el día esperando la grata noticia de que sus recuerdos se
hagan presente como realidad.
Su sueño, su andar y su vida solo eran su casa, su casi vacía casa. Y cada
tanto, cuando la soledad se hacia ver recurría a un pedazo de espejo que había
guardado para no perderla definitivamente a Adaluz. Merendaba junto a ella, y
juntos miraban la caída del sol por el gran ventanal que daba a la avenida
mientras ella escribía cartas que describían de manera exacta cada momento que
juntos compartieron.
Los días eran eternamente largos, Candido los acortaba con pastillas y sueño
prolongado, y cada vez que despertaba su necesidad de imaginarla crecía. Así,
la realidad se convirtió en adormecerse donde lo encuentre la noche y en sueños
que soñaba despierto.
Una mañana muy temprano, mientras el sol brillante se asomaba, recibió una
carta de Adaluz, en la cual le contaba de su vida, sus proyectos y su hermosa
familia. Entre textos cariñosos e indiferencia absoluta le describía lugares y
momentos de su vida, le contó también de sus hijos y de los sueños que a ella
la movilizaban.
Candido, acorralado en melancolía y amor desesperado intento buscarla por la
inmensa casa pero jamás la encontró. Fue así que en solo segundos descubrió lo
que hacia meses no podía ver, en tan solo un instante logro percatarse de la
realidad. Realidad de la cual Adaluz se había ido hace ya mucho tiempo.
Sin reacción y paralizado en un estado neutro prendió la radio para seguir
enterándose de lo que realmente pasaba en su presente. Y a medida que el flash
de noticias desarrollaba un tema el acompañaba el relato con una pastilla
buscando dormirse y despertar en su ficción. Habiendo pasado largas horas de
noticieros esperando que algún informe lo vuelva a su realidad, abrazo la carta
de Adaluz para ya no despertar si quiera en su vida imaginaria.
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