Vivimos en el mundo, somos resultado del sorteo, ese que
nos puso aquí, en este lugar de residencia. Es un tiempo de miedo, entiéndase
miedo no como juzgamiento a los poderes políticos y económicos, si no a los
miedos propios que provienen del simple hecho de existir. Porque quizás si no
se tiene miedo alguna vez, se sea un cobarde toda la vida.
Nuestros ojos son una ventana que
da siempre a un lugar, a una persona, a un hecho. Nuestros ojos esconden
secretos, terribles secretos visuales que si se debelarían a lo mejor…
En cada momento estamos ausentes de
un lugar, y siempre que no estamos alguien piensa en nosotros; pero nunca
estamos en el lugar justo, en el mejor de los casos estamos llegando diez
minutos posteriores al evento, al beso, a las sensaciones, a la tragedia; a ese
episodio que quizás lo podría haber cambiado todo.
Tal vez las ideas simultáneas que
invaden la tranquilidad constantemente sean la manera que tiene la psiquis de
no trasportarse a esos hechos que ocurrieron mientras íbamos en camino.
A lo mejor el sol tiene poderes y
por eso algunos caminan las tardes soleadas de otoño en busca de la simpleza
feliz, pero me queda la duda si en ellos existe o no el temor en los días de
lluvia, ese que hace vernos a nosotros mismos sin distracciones.
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