Por Oscar Ayala
Si se habla de lo que la prensa y el mainstream cinematográfico nacional llamó: "Nuevo cine argentino", es primordial pensar en Israel Adrián Caetano como un gran exponente dentro de los directores marcaban dicha tendencia. Luego de hacer unos cuantos cortos y telefilms , "Un oso rojo", su tercer largometraje, da muestra de que Caetano aprendió de grandes directores. Aprendió y no copió. Supo trasladar sus influencias a la peculiaridad argenta. En su propuesta podemos reconocer a realizadores como Martin Scorsese y Francis Ford Coppola.
Julio Chávez, da vida a un personaje austero y rustico. Es el personaje de cualquier Western que se precie como tal. Silencios y miradas dan credibilidad a la puesta en escena. Caetano no hace alarde del uso de una cámara "virtuosa". Sin embargo, en esa sobria disposición de planos y secuencias gana en el modo de identificación que se produce con respecto a la historia y a los actores que van apareciendo a lo largo del film. Soledad Villamil, compone a Natalia, alguien que mas allá de todo, internamente espera a quien ama a pesar de haber rearmado su vida con otra persona. Espera y por momentos desespera.
Simbolizar elementos que hacen a la moral, a la tragedia, como así también la posibilidad o no de redención, es a menudo emocionante, es particular de lo humano y trasciende cualquier espacio-temporal. El Oso, quiere otra vida, no sabe qué hacer, en algún punto quiere cambiar pero ha pasado mucho tiempo y las cosas ya no son como antes. Ahora, que están peor aun. Deberá decidir si la salvación tanto personal como familiar van del mismo lado o si alguna de las dos partes se tendrá sacrificar .
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