Por Exequiel Arrua
Este fin de semana el Broadway nuevamente
recibió a Martín Bossi con su renovado espectáculo, el cual a primera vista
pareciera haberse llevado la victoria ya que las entradas estaban agotadas
desde hace semanas y el público se mostró satisfecho al final del show.

Cacho Castaña definitivamente
cumple un rol muy importante pues con el se genera por primera vez la cálida
sensación de goce entre el publico y Bossi. Sin un parecido concreto pero con
una interpretación casi perfecta logra la risa colectiva jugando con el estereotipo
del macho Argentino, luego nuevamente las transiciones de juegos musicales, y
esporádicas participaciones de las bailarinas que van apareciendo durante todo
el espectáculo, hasta llegar al siguiente personaje, Sabina.
Antes de que Martín comience a
jugar con el español los últimos retoques del personaje se los hace sentado a
un costado del escenario frente a un espejo donde hace una especie de monologo
que pasa por distintos personajes, pudiéndose percibir por momentos al actor
sin mascara ni teatralizacion.
La particularidad de Joaquín
Sabina, al margen del musical y alguna que otra opinión, quizás sea la
inclusión de Fito Páez, ya que las cuestiones que nada tienen que ver con el
espectáculo hizo que el publico se mostrase confuso con la interpretación del
cantante, no porque halla tenido alguna carga ideológica si no mas bien por los
típicos fantasmas de aquellos que no logran separar.
A medida que pasa el tiempo la
participación de Manuel Wirtz interpretando a un maestro de teatro con puro
talento se comienza a volver interesante, ya que es un pilar fuerte en la
estructura de lo que se lleva a cabo sobre el escenario.
Ya con el teatro
compenetrado en lo que pasa sobre escenario llega el turno de Andrés Calamaro
haciendo mi enfermedad y jugando efectivamente con el público, para luego mutar
a Charly y terminar interactuando entre las butacas con la gente. El maestro talentoso,
como cada intervalo, pone momentáneamente fin a la risa para intentar sembrar
algún tipo de mensaje, lo cual logra por momentos la sensación de dos
espectáculos en simultáneos.
Por ultimo, en
unos de los diálogos entre Manuel y Martín, el maestro somete al actor a su
ultima interpretación sin mascaras ni disfraz. Ante la negación y la falta de
confianza el maestro le recuerda que en el mundo del “No Puedo” solo existen
las ratas y los cobardes.
Aparentemente
con miedo y quizás con ganas de temblar, Martín Bossi interpreta a Sandro
haciendo el maniquí dejando en claro
que esta vez no quería parecerse a quien interpretaba si no que mas bien lo
estaba usando para expresar algo que solo el sabrá que era y quien iba
dirigido.
El espectáculo
resulta agradable y por momentos tiene una mezcla de entretenimiento y mensaje,
sin embargo en más de una ocasión le falta contundencia, y se generan muchos
puntos neutros a causa de intervenciones que poco aportan al show en si.
Al finalizar
Martín Bossi, como lo hace sutilmente durante el espectáculo, de desvive en agradecimientos
y la gente se pone de pie para hacerle sentir su conformidad. Pues en esta
ocasión el artista tienen esa pequeña gran particularidad que te atrae por el
talento pero también por lo que es.
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