Por Exequiel Arrua
Saltaba el iluso en el mismo lugar, escribía a la
par sus gritos en la hoja, e intentaba guardar en el cajón del tiempo maldito
las ganas locas de volver el tiempo atrás. Miraba las miradas, escuchaba las
voces que hace tiempo dejaron de sonar, balbuceaba versos atropellados que no
pedían permiso para en el aire perderse, mientras las profecías se cumplían
como dijo el anciano aquella vez, “tu mismo tienes el poder de destruirte”
Mientras esto pasaba golpeaba su puerta una bella dama .
-el día, que casualmente es parecido a todos, me trajo esta tarde hasta aquí,
¿seria tan amable de facilitarme la entrada? Dijo Ángeles Dudel.
-no entiende mi perdida razón la presencia de su desconocido rostro, le cedo el
paso bella dama, pero mi miedo presenciará la charla.- Contesté con palabras
vacías y dejé que se introdujera en las ruinas de mi aldea.
Elogiando las pinturas básicas que cuelgan de mi pared, entró tatareando
palabras casi mudas. Tomé una silla del respaldo ubicándola a su comodidad para
que pueda monologar sus intenciones y se valla rápidamente.
Mientras su mano suave encendía aquel tenebroso cigarrillo mi angustia crecía a
pasos agigantados, pero a la par comenzaba a moverse dentro de mí la curiosidad
de escuchar su relato.
Mi corazón latía al ritmo del choque de su dedo índice contra la mesa mientras
ella despedía de su boca palabras, palabras que al combinarse describían mi
demora en aquel parque, aquel doce de mayo, donde nació mi primera frustración.
Intenté detenerla para que no comience el desgarro interno que se aproximaba
casi de inmediato.
-quieres escuchar, si me callo no tardarás en motivar mis palabras nuevamente,
asi que evitemos demoras y prosigamos.- Dijo Ángeles con una voz sentimental.
Siendo sus palabras la verdad de mi sentir, suspiré de manera profunda
afirmando con mis ojos que podía continuar.
Seducido con su cigarrillo tenebroso compartimos ese vicio y en minutos Ángeles
instaló en mí sus interrogantes para que pudiese y desee seguir escuchando de
su dulce boca lo que tenía para decir.
Me paseó por recuerdos bonitos para explayarse en los finales sin sabores hasta
llevarme a la noche casi irrecordable de aquel setiembre extrañamente frío.
Marcó cinco ítems cruciales de aquel momento y luego sólo sonrío…
Apretando los dientes para no dejar salir mi angustia, que para ese momento era
incontrolable, encendí otro cigarrillo.
-No creo tener que hacerte padecer con mis palabras lo que ya sabes que pasa.-
Dijo buscando mi autorreflexión.
-Hazme padecer, porque juro que no entiendo cómo sabes ni por qué me estás
diciendo lo que me dices.
-No sigas, resigna tu postura Elías, ya estoy dentro de tu casa, ya cumplí mi
última misión. Sabes lo que pasa pero seguís como en aquellos momentos,
aferrado a la esperanza de lo que ya sabes que es imposible. No dudes de mi
verdad, has dudado y el resultado son mis relatos.
-¿Qué pasa? Por favor… ¿Qué pasa?
- No pasa nada, eso pasa. No existo, pero la inseguridad nuevamente te desvío
de lo real. No soy más que tu imaginación, solo soy la última prueba a tu débil
resistencia de no creer en ti mismo. Ante tus ojos no hay nadie, solo soy quien
vive dentro tuyo, “soy el poder de destruirte”
-Existes, porque estas aquí. Existes porque te veo y eres real.
-¡TE DESTRUI!
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